lunes, 9 de enero de 2017

Perder.

Las personas perdemos cosas a diario. Todos.
Y nos toca improvisar sobre la marcha.

Perdemos borradores entre las hojas de las libretas que dejamos a medias. Abandonadas en estanterías llenas de libros, cuentos y otras historias por comenzar. Otras por continuar. Muchas, por concluir.

Perdemos la cabeza por quien la pierde por otra persona. Por quien no está a nuestro lado, y nos empeñamos en lo contrario. Por quien sabe decir lo que queremos oír para salirse con la suya.
Perdemos la vergüenza tarde, rápido y mal. Cuando ya no hay nada que ganar. Perdemos palabras que queremos decir y que luego ya no importan. Perdemos abrazos que queremos dar y que la otra persona quizás necesita. Perdemos por el miedo a perder.

Dicen que el respeto se gana. Pero también se pierde.

Perdemos oportunidades que no vemos por estar mirando a otro lado. Por un miedo irracional que no reconocemos. Por evitar fracasos, y escarmientos necesariamente necesarios.
Por no creer que podamos llegar a buen puerto.
Perdemos la ocasión de abrirnos puertas por no atrevernos a llamar al timbre. Por no ser, no somos capaces ni de asomarnos a la ventana a mirar qué hay dentro. Por mucho que la curiosidad nos pique.
Perdemos batallas que estaban ganadas a un paso de la meta. Nos confiamos a última hora. Bajamos el ritmo, la guardia y las ganas. Nos creemos que ya está hecho cuando aún queda algo. Creemos en la ayuda ajena y en conformarnos con el poco esfuerzo que hagamos. Mínimo a veces.
Perdemos perdones que regalar y que recibir. Por orgullo y desconfianza ante todo.

Perdemos trayectos de película por películas que rodamos en nuestras cabezas. Por por si acasos sin sentido y sinsentidos continuados. Por futuros que no llegan.
Perdemos personas increíbles por increíbles tonterías. Por decir que no, cuando queremos decir que sí. Por no saber decir no. Por no saber qué decir o por creer saber lo que decimos, cuando en realidad no tenemos ni idea.

Perdemos el verano, quejándonos de que septiembre se acerca. La temida vuelta. Perdemos el otoño deseando que lleguen Navidades, y la primavera la cambiaríamos por las vacaciones de verano. Y el lunes lo convertiríamos en el eterno viernes. Y el domingo por la tarde lo borraríamos del calendario. Bucles infinitos.

Perdemos el norte, el oeste y el este. El sur ni lo vemos. La orientación la dejamos a un lado cuando se trata de saber a dónde vamos. Y para qué. Mejor preguntamos. O mejor ni eso, esperamos que alguien nos indique cuál es el desvío más corto y rápido.

Perdemos imperdibles por pura cabezonería y con mucho ingenio. Por falta de tacto, de gusto y hasta de olfato. Por falta de sentido y con sentido de falta. Como si fuera un reto personal digno de mención.
Perdemos felicidad en pro de la compasión. La propia y la ajena. En pro de la queja por todo y de todo lo que sea. Por no querer lo que tenemos y querer lo que no está en nuestras manos. En pro de los demás, olvidándonos de nosotros.
Perdemos de vista la cima y los pasos que nos llevan a ella.
Perdemos la capacidad de compartir por miedo a perder. Perder perdiendo. Perder por miedo a perder.

Perdemos bonitos finales por no atrevernos a vivirlos. Por si no son como esperamos y nos dejan mal sabor de boca. Por si hay daños colaterales o heridas que no cierran. Por si nos quedamos con la sensación de querer más.
Por si no sabemos ganar.
Por si ganamos de verdad.