La
herida, dicen. La de cada uno. La esencial, la que un día cualquiera de nuestra
vida que quizás ni recordamos nos puso en peligro la supervivencia. O nos lo
pareció. La herida, dicen, y cada cual es responsable de la suya.
Te das
cuenta, simplemente, que el amor y la crueldad son siempre una elección. Y que
ahora hacía demasiados días que no te sentías feliz. Borrar. Seleccionar,
suprimir. Sin mirar los títulos de los asuntos. Sin dudar. Hoy ya no.
Seleccionar, suprimir. Borrar. Cada palabra, cada acto, y todo el veneno que
desprenden. También tus palabras, cada palabra que te hizo ser, cada milímetro
de tu alma desnuda. Hoy vuelve a ser el primer día de tu vida.
Hoy has
aprendido que cuesta mucho más borrar la sangre cuando ha quedado reseca en las
baldosas. Que la crueldad, produce más lástima que rabia. Que el tiempo del
perdón es directamente proporcional al grueso de cada cicatriz. Y que siempre
sale demasiado caro utilizar el nombre del amor en vano, hasta que aprendes a
no estar, a acercarte a ti, a quererte bien, y a vivir a gusto. Muy a gusto.