martes, 23 de junio de 2015

Autonomía caudal.


 
"A la palabra verano le pasa como a algunas parejas que conozco. Juntas tienen un sentido muy diferente a si las partes por la mitad. Pero qué ocurre cuando la disección no es ni de lejos simétrica ni equitativa. Qué pasa cuando las cortas por otro sitio que no es la mitad. Hay gente que se ha quedado a medias para siempre por culpa de haberse dejado jirones del alma en la relación. Y por ahí pululan, deambulan, merodean tratando de completarse de cosas que les faltan por culpa de otro que se las llevó. Y como no las encuentran en nadie nuevo, están condenadas a traficar con su propia insatisfacción. A morir por falta de uno mismo. A culpar al nuevo de lo que alguien de mi pasado me robó.
 
Son colas de lagartija. Se mueven, parecen vivas, pero en realidad dejaron de estarlo el día que les dijeron adiós. Fueron víctimas de un futuro que las engañó. Y ahí siguen, tratando de ahuyentar la soledad a base de espasmos, como si las horas fueran moscas a las que alejar de uno. Eso les pasó por diluir el yo en un nosotros cualquiera. Por olvidarse de conjugar la primera persona del singular. Dejaron de ser dos y creyeron que siendo uno serían más felices. Y suele ser siempre demasiado tarde cuando se dan cuenta de que no. De que ese tiempo nadie se lo va a devolver. 
 
Y qué ocurre con la otra parte. Esa mitad a la que le extirpan de golpe la cola, parte fundamental en la definición del yo. Pues aquí se da un fenómeno maravilloso que los biólogos aún no aciertan a comprender del todo. De pronto, de alguna manera que aún continúa siendo un misterio, las células empiezan a regenerar la parte que faltaba hasta que la reconstruyen. Hasta que se repara por completo el daño causado. Hasta que la cola vuelve a ser cola. Y aquí no ha pasado nada. Ellos lo llaman autonomía caudal. Los psicólogos lo llaman resiliencia.

Yo creo que no se atreven a llamarlo por su nombre: enamorarse.

Todos tenemos más o menos autonomía caudal. Capacidad autoregenerativa natural. Levantarse de un revés emocional creándose un universo nuevo de la nada. El tipo que inventó eso de que un clavo quita otro clavo, realmente la clavó. Pero lo importante no es simplemente volverse a emocionar. Lo importante es hacerlo siempre como la primera vez. Sin diferencia alguna entre la cola que te cortaron y la que has generado de nuevo. Volver al punto cero con la misma ilusión del primer día. Vivir como Dori buscando a Nemo. Y creerte que por fin la has vuelto a encontrar.

Yo no concibo enamorarme de otra manera que no sea para siempre. Si no es eterno, para qué exigirse una exclusiva, oiga que no me compensa, que no me vale la pena. Para eso están las follamigas. Y los amigos de siempre. Y la gente que te quiere de verdad. La que te estimula intelectualmente. La que te hace soñar. Todo lo demás, es subcontratable. Como lo definía categóricamente mi amigo Pedro Ruiz: El polvo, por lo que vale. Ni un euro más.

Por eso, ahí va otro consejo que no me has pedido: si te vas a enamorar, hazlo como las lagartijas. Echa mano de tu autonomía caudal. Extírpate las células muertas, déjalas ahí que pataleen fingiendo estar vivas, y tú céntrate en la relación que vas a regenerar. Concéntrate en construir un universo nuevo. Un lenguaje nuevo. Un nuevo historial. Algo que pueda durar. Porque esta vez puede que sea así. Y si al final no lo es, jamás lo vivas como una pérdida de tiempo, ni mucho menos un fracaso. Porque si todas las cosas que acaban fuesen consideradas un fracaso, en esta vida todo, absolutamente todo, estaría destinado a fracasar.

Y sobre todo, cuando la gente te mire con escepticismo, disimula tu condescendencia y repíteles dos frases:

Todo el mundo se cree que se ha enamorado alguna vez. Hasta que se enamora alguna vez."
Risto Mejide.

domingo, 21 de junio de 2015

Destino.


 
Justo cuando crees tener todo organizado, el destino te lanza algo inesperado. Así que tienes que improvisar. Nos asustamos cuando nos damos cuenta de que nos hemos equivocado, pero creo que no nos debería dar miedo cambiar de parecer, aceptar que las cosas han cambiado, y que quizás nunca vuelvan a ser igual, para bien o para mal. Acabas encontrando la felicidad en lugares que jamás te habrías imaginado y te encuentras volviendo a los sitios que más importan.
Es curioso eso del destino; siempre acaba hallando la forma de que acabemos exactamente donde debemos estar.




Hago cosas raras.


 
Digamos que hago cosas raras.
No me gustan los caminos rectos si no son hasta tu boca, por eso, di un rodeo hasta para olvidarte. Y nunca quise olvidarte, pero me va haciendo falta.
Y he seguido haciendo cosas raras.
He intentado descolgarme de las heridas de la piel, igual que una camiseta de la cuerda de tender, lo mismo que un cuadro de un museo.
Volví a conducir rápido, suicida, para adelantar de noche a mis temores.
Como digo, hago cosas raras.
Te busco en los botes vacíos de la despensa.
Aún veo a la primavera temblar en nuestras fotos.
En las discotecas solo hay fast food, ningún alma que llevarse a la boca.
Me hago un torniquete en la memoria para que no se desboquen los recuerdos.
Por si lo olvidaste, hago cosas raras.
Y corro, de un lugar a otro. Mi cabeza ya lo entiende, pero no mi corazón.
 Corro hacia las piernas de la noche, corro hacia las sílabas de otro cuerpo, corro, corro, corro.
Y no sirve de nada, y lo sigo haciendo. Y no sirve de nada, y lo sigo haciendo. Y no sirve de nada, y lo sigo haciendo. Y no sirve de nada.
Si algo he aprendido es que se puede huir de todo menos de lo que se pierde.
                                                                                                                               Marwan.
 
 

sábado, 20 de junio de 2015

El amor nunca podrá ser una emoción pasiva ni unilateral.


Supongo que cuando nos enfrentamos a una ruptura amorosa lo primero que hacemos es buscar culpables. En este caso, y para no dejar de lado esta importante tradición, me gustaría culpar a mi propia inocencia por haberme enamorado de ti de la forma que lo hice. La verdad es que nunca imaginé que un sentimiento de esta intensidad se desarrollaría en mi interior.
Fue casi como ver crecer a una pequeña planta, lentamente, cuadro a cuadro y pronto verse enfrentado a que esta pequeña se había convertido en un árbol, un árbol que pronto fue violentamente derribado.

A pesar de la lentitud, no fui capaz de comprender los signos de advertencia que se daban a mi alrededor. Lentamente comencé a ahogarme en la profundidad de tu mirada y tus silencios me ponían cada vez más ansiosa. Supongo que fue esto lo que me hirió más: la falta de palabras junto a las expectativas y sueños que lentamente fui tejiendo entre mis manos.

Me hirió que a pesar de que podía sentir la verdad en mi cuerpo y el frío en los huesos nunca fuiste capaz de decírmelo, y yo, inocente de mi, incapaz de intuirlo. Con nosotros no hubo despedidas ni palabras desgarradoras, tú simplemente te desvaneciste.

Nunca admitiste la real razón y es por eso que muchas noches estuve especulando si es que la culpa fue mía. Hoy, y mientras escribo esto, he decidido que si alguien fue el culpable, ese fuiste tú con tu falta de madurez y tu incapacidad de decir las cosas por su nombre. Tu silencio fue una constante casi desde el principio y las únicas veces en las que nos conectábamos era cuando decidías que tenías, finalmente, ganas de besarme.

Nunca llegué a ver más de ti que eso. Creo que estaba siempre a la espera de ese momento, momento en el que finalmente te quitaras la máscara y me revelaras a tu verdadero yo. Imaginaba que ese sería el momento en el que nos daríamos cuenta que éramos el uno para el otro porque yo sería la única capaz de comprenderte y ayudarte. Fui ilusa e ingenua. Pensé que eras alguien que resultaste no ser y ser, más bien, todo lo contrario.

Finalmente me decidí a dejar ir tu recuerdo. Tu presencia ya no formaba parte de mi vida cotidiana hacía meses. Creo que he comprendido que ambos nos merecíamos el mismo tipo de felicidad, que el amor no es, ni nunca podrá ser, una emoción pasiva ni unilateral. Supongo que es por esta misma razón que me niego a decir que lo que tuvimos fue “amor.” Si puedo hablar de amor, y si se me permite hacerlo, llegué a la misma conclusión que muchos otros antes que yo: que el amor que realmente importa es el amor propio y que amarse a uno mismo antes que a los demás nunca pasa de moda.
Dicho esto, hay que seguir viviendo, después de todo, cada cosa que nos pasa en la vida es una lección que debemos atesorar.

Seres salvajes.

 
 
 
"No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell. Esa fue la equivocación de Doc.
Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo."