"A la palabra verano le pasa como a algunas parejas
que conozco. Juntas tienen un sentido muy diferente a si las partes por la
mitad. Pero qué ocurre cuando la disección no es ni de lejos simétrica ni
equitativa. Qué pasa cuando las cortas por otro sitio que no es la mitad. Hay
gente que se ha quedado a medias para siempre por culpa de haberse dejado jirones
del alma en la relación. Y por ahí pululan, deambulan, merodean tratando de
completarse de cosas que les faltan por culpa de otro que se las llevó. Y como
no las encuentran en nadie nuevo, están condenadas a traficar con su propia
insatisfacción. A morir por falta de uno mismo. A culpar al nuevo de lo que
alguien de mi pasado me robó.
Son colas de lagartija. Se mueven, parecen vivas,
pero en realidad dejaron de estarlo el día que les dijeron adiós. Fueron
víctimas de un futuro que las engañó. Y ahí siguen, tratando de ahuyentar la
soledad a base de espasmos, como si las horas fueran moscas a las que alejar de
uno. Eso les pasó por diluir el yo en un nosotros cualquiera. Por olvidarse de
conjugar la primera persona del singular. Dejaron de ser dos y creyeron que
siendo uno serían más felices. Y suele ser siempre demasiado tarde cuando se
dan cuenta de que no. De que ese tiempo nadie se lo va a devolver.
Y qué ocurre con la otra parte. Esa mitad a la que
le extirpan de golpe la cola, parte fundamental en la definición del yo. Pues
aquí se da un fenómeno maravilloso que los biólogos aún no aciertan a
comprender del todo. De pronto, de alguna manera que aún continúa siendo un
misterio, las células empiezan a regenerar la parte que faltaba hasta que la reconstruyen.
Hasta que se repara por completo el daño causado. Hasta que la cola vuelve a
ser cola. Y aquí no ha pasado nada. Ellos lo llaman autonomía caudal. Los psicólogos
lo llaman resiliencia.
Yo creo que no se atreven a llamarlo por su nombre:
enamorarse.
Todos tenemos más o menos autonomía caudal.
Capacidad autoregenerativa natural. Levantarse de un revés emocional creándose
un universo nuevo de la nada. El tipo que inventó eso de que un clavo quita
otro clavo, realmente la clavó. Pero lo importante no es simplemente volverse a
emocionar. Lo importante es hacerlo siempre como la primera vez. Sin diferencia
alguna entre la cola que te cortaron y la que has generado de nuevo. Volver al
punto cero con la misma ilusión del primer día. Vivir como Dori buscando a
Nemo. Y creerte que por fin la has vuelto a encontrar.
Yo no concibo enamorarme de otra manera que no sea
para siempre. Si no es eterno, para qué exigirse una exclusiva, oiga que no me
compensa, que no me vale la pena. Para eso están las follamigas. Y los amigos
de siempre. Y la gente que te quiere de verdad. La que te estimula
intelectualmente. La que te hace soñar. Todo lo demás, es subcontratable. Como
lo definía categóricamente mi amigo Pedro Ruiz: El polvo, por lo que vale. Ni
un euro más.
Por eso, ahí va otro consejo que no me has pedido:
si te vas a enamorar, hazlo como las lagartijas. Echa mano de tu autonomía
caudal. Extírpate las células muertas, déjalas ahí que pataleen fingiendo estar
vivas, y tú céntrate en la relación que vas a regenerar. Concéntrate en
construir un universo nuevo. Un lenguaje nuevo. Un nuevo historial. Algo que
pueda durar. Porque esta vez puede que sea así. Y si al final no lo es, jamás
lo vivas como una pérdida de tiempo, ni mucho menos un fracaso. Porque si todas
las cosas que acaban fuesen consideradas un fracaso, en esta vida todo,
absolutamente todo, estaría destinado a fracasar.
Y sobre todo, cuando la gente te mire con
escepticismo, disimula tu condescendencia y repíteles dos frases:
Todo el mundo se cree que se ha enamorado alguna
vez. Hasta que se enamora alguna vez."
Risto Mejide.