Haz
que no parezca amor. Que es lo que se lleva ahora.
Tú
dices cómo y yo digo cuándo. Que el paraíso parezca que tiene más de dónde que
de con quién. Tú dices libre y yo digo
cobarde. Cobarde. Cobarde todo aquel que no es capaz de comprometerse con el
instante. Cobarde todo aquel que no está presente cuando el otro está desnudo y
vulnerable. Cobarde todo aquel que puso un límite desde el principio. Cobarde
todo aquel que no vende su alma a arriesgar.
Yo es
que no quiero nada serio. Como si no fuera lo suficientemente serio estar
dentro físicamente de otro ser humano. Yo es que no creo en las etiquetas. Como
si ponerle nombre a las cosas fuera algo malo. Yo es que busco sólo pasar el
rato. Prefiero vivir de momentos fugaces. Como si la vida fuera una
circunstancia eterna. Hay algo tan neurótico en nuestra manera actual de
relacionarnos, que al mismo tiempo resulta tan irrespetuoso con la vida. Tan
impaciente. Y queremos más. Siempre más. Y más.
¿No
sientes a veces que tú vales más que todo eso que haces? Que tú eres un jodido
milagro. Con tus ojos. Que ven. Con tu pies, moviéndose para llevarte allá
donde quieras. Con tu boca, capaz de dar las gracias. Capaz de gritar alto.
Capaz de besar fuerte. Con tu piel, tangible, rodeada de más pieles que
envuelven almas, ocupando una plaza en el mundo. Tuya. Tu plaza. ¿No sientes a
veces que tú te mereces más que lo poco que te hacen? Dos besos mal pegados.
Tres minutos entre las piernas. Cinco embestidas. Y un WhatsApp: No me agobies.
No estoy preparado. Es demasiado pronto. Lo más triste es que esta sociedad
nuestra ha conseguido invertir los papeles. Ahora si dices que sientes algo,
estás loco. Eres un suicida.
Es
muy pronto. Muy arriesgado. Poco inteligente.
No
sé, dime tú, entonces, cómo haces para no sentir algo cuando lo haces.
Cómo
se finge la vida.
Cómo
se hace para que nunca parezca amor.
Y que
simplemente parezca
un jodido
accidente.
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